#3145 – Las Poquianchis

Primeros años de las hermanas Gonzales Valenzuela

Originarias de Jalisco, las hermanas: Delfina, Carmen, Luisa y María de Jesús Gonzales Valenzuela fueron producto de una familia disfuncional. Su madre Bernardina, era una devota católica que seguía religiosamente las reglas de la iglesia. Ella instaló en ellas una mentalidad de miedo y culto a la religión. Por otro lado, su padre Isidro, era alcohólico y autoritario, que usó su poder como policía de gobierno porfirista para abusar de ciudadanos y de su familia. Después de la revolución el padre mantuvo el puesto y se cuenta que obligaba a las niñas a ver las ejecuciones de los presos.

Este ambiente de maltrato y machismo hizo que Carmen se fugara con un hombre mucho mayor que ella. Enfurecido por su comportamiento, Isidro la buscó, la golpeó y la llevó del cabello a rastras para encerrarla en una celda como escarmiento. Ese mismo día, Isidro fue enviado a arrestar a un presunto criminal que se jactaba de vivir fuera de la ley. Pero en el intento de arrestarlo, Isidro lo mató de un disparo por la espalda.

Para evitar ser enjuiciado por matar a un hombre al que se le consideraba como sospechoso, decidió huir y ser prófugo escondiéndose en varias rancherías de Jalisco. Para mala suerte de Carmen su padre había olvidado que él la había encerrado y no fue hasta 14 meses después que la joven pudo salir en libertad gracias a la ayuda de a un hombre de casi 50 años, con el quien después se casó.

Iniciando en el negocio

Para mediados de 1941 Carmen ya había dejado a su esposo y conoció a Jesús Vargas, mejor conocido como “El Gato”. Él era un criminal de poca monta, pero le enseñó a Carmen como manejar un bar y hacer tratos ilícitos.  La pareja abrió una cantina que no fue fructífera debido a que Jesús gastaba las ganancias en borracheras y otras mujeres.

Después de que Carmen dejara a Jesús ella regresó a casa de sus padres, ambos ya habían fallecido años atrás, pero ahí aun vivían sus hermanas. Carmen le contó a su hermana mayor, Delfina, sobre sus experiencias en el negocio que manejó con Jesús. Delfina inspirada con la historia de Carmen decidió abrir un bar con el dinero que sus padres les habían heredado a las cuatro hermanas.

En 1945 el bar ya estaba en funcionamiento teniendo ingresos moderados, fue entonces que Delfina decide convertir el bar en un burdel. En esa época en Jalisco la prostitución era ilegal, pero como la ciudad El Salto estaba fuera del ojo federal por ser una comunidad en crecimiento y estaba alejado de las grandes ciudades, la vigilancia policiaca era casi nula.

Allí abrieron el burdel llamado “Guadalajara de Noche” y fue en ese lugar donde se incorporaron al negocio familiar las otras dos hermanas, teniendo cada quien sus responsabilidades. Delfina era la líder y llevaba las finanzas, Carmen se encargaba de la cocina y designar a algunas chicas a la limpieza, Luisa vestía a las chicas y llevaba el inventario de accesorios con los que las trabajadoras contaban, mientras que María de Jesús se encargaba del cobro y a organizar las citas de los clientes.

Delfina empezó a atraer jóvenes con la promesa de trabajar como sus sirvientas y que tendrían un hogar para luego obligarlas a trabajar en la noche como sexo servidoras. El lugar tuvo un auge y popularidad enorme, esto hizo creer a Delfina que pronto llamaría la atención de la autoridades. Para sorpresa de Delfina sus clientes más leales y recurrentes eran oficiales de policía, militares y algunos políticos de la zona quienes le pedían una cuota mensual para asegurar el funcionamiento del negocio.

Este airoso establecimiento duró hasta 1948 cuando en una cantina cerca hubo una balacera donde varios resultaron heridos y muertos. Esto condujo a que el gobierno del estado de Jalisco mandara fuerzas judiciales a EL Salto para asegurar que la cantidad de crímenes disminuyera. Esto hizo que el negocio ilegal de las hermanas Gonzáles Valenzuela ya no fuera próspero y no tuvieron otra opción que cerrarlo y mudarse temporalmente a San Juan de Los Lagos. Después de unas semanas trabajando en San Juan de los Lagos, las hermanas juntaron suficiente dinero para mudarse a una ciudad más grande, Guanajuato, donde la prostitución era legal. Las hermanas se instalaron en una casa que compraron a un hombre homosexual conocido como “El Poquianchis”, así es como las cuatro hermanas se ganaron su apodo con el que el día de hoy son recordadas.

De Guadalajara a Guanajuato

En 1949 en León, Guanajuato, inauguraron el burdel “La Barca de Oro” y Las Poquianchis no tardaron en reclutar a más personas para que su negocio de prostitución creciera desmesuradamente. A las pocas semanas de abrir, Delfina decidió usar nuevamente su modus operandi para conseguir nuevas chicas. Las Poquianchis mandaban a su gente, la mayoría hombres con antecedentes criminales, a otros estados del país en busca de niñas entre 12 y 15 años. Ellos iban de pueblo en pueblo y de granja en granja secuestrando a niñas o engañándolas con trabajos falsos, en otra ocasiones hasta eran vendidas por sus padres por considerables cantidades de dinero.

A los pocos meses su burdel era un éxito, los clientes abundaban y el dinero sobraba. Esto las llevo a poner un segundo burdel con el nombre ya conocido como “Guadalajara de Noche”, esto fue gracias a los ingresos que obtenían del primer burdel, además de las relaciones con policías y funcionarios del gobierno quienes también eran clientes.

Estos contactos no solo les daban protección en sus negocios y prácticas ilícitas, sino también les aseguraban documentos falsos por parte de la Secretaría de Salud que acreditaban que todas las sexo servidoras de Las Poquianchis estaban sanas. Así los clientes se sentían seguros y pagaban más que en otros lugares.

Modus Operandi de las Poquianchis

*Nota del investigador: La siguiente información fue extraída por parte de la policía del testimonio de víctimas de Las Poquianchis que lograron escapar y contactar a las autoridades, y de esta manera destapar los numerosos crímenes de las hermanas. Esta investigación es meramente informativa, pero se recomienda discreción ya que puede herir la sensibilidad del lector.

Las chicas eran “reclutadas” por el máximo hombre de confianza de Las Poquianchis, un exmilitar llamado Hermenegildo Zúñiga, apodado como “El Águila Negra”. Servía como guardaespaldas de las hermanas y jefe de “los capitanes”, Francisco Camarena García, Enrique Rodríguez Ramírez y José Facio Santos. Estos tres estaban a cargo de los secuestros y eran designados por Hermenegildo a que pueblos ir, además de cuantas niñas tenían que traer.

Las Poquianchis junto con ayuda de la gente que trabaja para ellas ya tenían todo un proceso de “iniciación” para las nuevas víctimas. Recién llegaban las victimas al burdel las hermanas procedían a desnudarlas para ser inspeccionadas. Una vez siendo aprobadas, los “cuidadores” se disponían a violarlas múltiples veces, uno tras otro, y si se resistían eran golpeadas.

Después eran llevadas a los “lavaderos”, que era la parte trasera de los burdeles donde las chicas eran bañadas a cubetadas de agua fría. Luego Luisa, la encargada de la ropa, pasaba lista y le daba vestidos a cada una, siempre llevando un inventario de lo que les daba y en qué estado se los daba. La misma Luisa junto con su hermana menor, María de Jesús, se encargaban de instruir rápidamente a la niñas de como debían atender a los clientes y esa misma noche las obligaban a trabajar.

Durante los encuentros las hermanas y “los cuidadores” vigilaban los actos por medio de hoyos en las paredes para procurar que ninguna de sus trabajadoras cometiera actos del desagrado del cliente como: negarse al sexo, robarles sus pertenencias, cobrar más dinero o pedir ayuda. Irónicamente las hermanas eran “católicas”, por las enseñanzas que tuvieron por parte de su madre, y decían tener “temor a Dios. Debido a esto a las niñas les prohibían “actos indecorosos” como: besar o tocar a los clientes, practicar sexo oral o actos homosexuales entre ellas y no permitían clientes mujeres. Si alguna de ellas desobedecía estas instrucciones eran golpeadas con piezas de madera o las quemaban con planchas.

Las jóvenes eran alimentadas con solo tortillas, frijoles y agua, según las hermanas, así cuidaban de sus figuras. Pero si alguna de las chicas padecía de anemia o estaba bastante débil para atender a los clientes era asesinada. Las Poquianchis también practicaban abortos clandestinos si alguna de sus trabajadoras resultaba embarazada, para ellas un bebe era sinónimo de pérdida de ingresos. Muchas de ellas no sobrevivían a los abortos y si los bebés llegaban a nacer eran asesinado para luego ser enterrados en el lugar.

Con el paso de los años cuando las jóvenes llegaban a cumplir de los 23 a 25 años eran consideradas viejas por las hermanas, si las chicas tenían suerte estas eran seleccionadas como nuevas “cuidadoras” para controlar y castigar a las demás sexo servidoras. Una de las más famosas fue Esther Muñoz “La Pico Chulo”, que gustaba de maltratar y destrozarle la cara a la chicas que desobedecían o intentaban escapar.

Pero para la mayoría que llegaba a la edad de “vieja” y no se había ganado la confianza de cada una de las hermanas eran llevadas al rancho San Ángel, propiedad de las hermanas. Allí eran entregada a Salvador Estrada Bocanegra, alias “El Verdugo”, quien las encerraba en cuartos dejándolas sin comer por días, las torturaba y violaba, y cuando ya estaban muy débiles las enterraba vivas o les destrozaba la cabeza a golpes.

En 1963 hubo un cambio de gobierno en Guanajuato y abolieron la prostitución. Los burdeles pasaron a ser casas de citas clandestinas que costaba mucho dinero mantenerlas ilegalmente. Aun así, las hermanas seguían obteniendo suficientes ingresos para mantener solo uno de los burdeles a flote.

Captura y juicio de las Poquianchis

En noviembre de ese mismo año el hijo de Delfina, Ramon Torres “El Tepocate”, quien apoyaba a su madre en el manejo de los burdeles trabajando como “cuidador”, fue asesinado en una pelea en una cantina cerca del burdel Guadalajara de Noche. Delfina en busca de venganza se dirigió hacia la cantina con una pistola para asesinar al culpable de la muerte de su hijo, creyendo que aún seguía ahí disparó destrozando todo el lugar.

Este suceso atrajo la atención de la policía quienes se dispusieron a cerrar la cantina y a buscar a Delfina para arrestarla. Delfina huyo hacia Guadalajara por recomendación de sus hermanas, pero la policía allanó el negocio de Las Poquianchis creyendo que ahí había ocurrido el asesinato. Para suerte de las hermanas esa misma noche se fue la luz en la zona y pudieron escapar con 25 de sus chicas hacia una casa propiedad de Delfina.

Las chicas vivieron en esa casa durante ocho meses completamente encerradas con poca comida y en condiciones deplorables. Las chicas parecían esqueletos por la poca comida que recibían. Al mismo tiempo a Delfina se le acabó el dinero y decidió regresar a Guanajuato con sus hermanas.

Así fue como el 6 de enero, sintiéndose acorraladas por la policía, las hermanas se trasladan al rancho San Ángel, donde encerraron a las chicas en jaulas y las amenazaron con matarlas si intentaban escapar o si hacían ruido. Siete días después, Catalina Ortega, una de las muchachas, pudo escapar y se presentó en la procuraduría de León. Ella contó todo lo que había sucedido en los burdeles de Las Poquianchis y dijo donde se estaban escondiendo. La policía de inmediato giró una orden de aprensión para las hermanas.

El 14 de enero en una redada al rancho la policía tomó en custodia a las hermanas, aunque ellas negaron todos los cargos por los que eran acusadas la policía revisó el lugar y al poco tiempo encontró 90 cuerpo de mujeres y fetos enterrados, así como huesos humanos.

A pesar de todo Las Poquianchis jamás asesinaron y se les sentenció a 40 años de prisión a cada una. Delfina murió en la cárcel después de 4 años. Luisa terminó en un hospital mental donde murió en 1984. María de Jesús se hizo religiosa en prisión y se ganó su libertad 22 años después, en 1986, pero murió 4 años después. Carmen ya había muerto varios años atrás por cáncer, en 1946.

En la actualidad Las Poquianchis son consideradas las asesinas seriales más prolíficas registradas en México y su historia ha inspirado obras de teatro, películas y libros.

Aunque su historia es una de las más horribles que han sucedido en el país y su trama es sumamente compleja; merece ser recordada porque abarca un gran capítulo negro en la historia de México. Ya que nos revela una actitud socio cultural controlada por una economía precaria y un sistema judicial corrupto. Sin duda Las Poquianchis son el claro ejemplo de cómo el poder y el dinero distorsiona la expectativa moral, así como la “estética” del horror y la violencia.

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